A una sirena

Sé que muchos no la conocen, ni han visto lo que yo vi, el amor de Dios en sus manos.
No la han visto flotando en los aires a unos centímetros del suelo, suspendida en mis nebulocidades, acribillando a mi soledad con el cascabel de su risa, con su mirada felina, con sus acuosos ojos, con sus besos sosegadores, con su entrañable amistad.
Yo que sí la conozco puedo decir que Dios me miró con misericordia el día en que la conocí, el día que la atrapé varada en los mares de mi corazón, en mis mares de sargazos .

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